lunes, 5 de diciembre de 2016

José María Heredia: Uno de los precursores del romanticismo hispanoamericano

José María Heredia 
La obra de Heredia, como la de la mayoría de los literatos, estuvo sumamente marcada por acontecimientos personales, desbordados en tan sólo 36 años de vida. Mismos que intensificaron su pasión romántica e hicieron que la figura de Heredia hoy sea la de un antecesor de la literatura romántica en Hispanoamérica.
            Nació en Cuba en 1803, pero su papel dentro de la historia y la literatura es la de un ser peregrino que busca con melancolía y esperanza sus raíces patrióticas. Y es quizás también, gracias a este peregrinar por Estados Unidos, Venezuela, Cuba, República Dominicana, México, y Puerto Príncipe, que alimenta su espíritu romántico y amplía su visión del mundo, del espíritu, y de la condición humana.
            Cabe destacar que se desempeñó como político, poeta, crítico literario, periodista y académico. Aunque en vida sólo publicó un volumen de Poesías (New York, 1825). El contenido de su obra está dotado de alusiones al paisaje en confrontación con su propio ser, motivos que inundan de reflexión filosófica su poesía, sobre todo. 
            Siempre hizo evidente su fe en cristiana, y en una de sus obras más famosas «En el Teocalli de Cholula», reafirma la condena a la barbarie de los nativos americanos. Éste, y «Niágara», serán los poemas más representativos de su propio ser, y de su inclinación a las representación de paisajes. 
            Fundó la revista Miscelánea (1829-1832), en la que él mismo dio a conocer su labor periodista dramaturga, y de crítica literaria. Además de eso, tuvo una insistencia tremenda en dar a conocer otras obras de autores europeos conocidos, tales como Goethe, Walter Scott, entre otros. Pero algo interesante, es que también publicó una serie de cuentos y narraciones breves, en una sección que llamaba «cuentos orientales». Estas narraciones han llamado la atención de algunos críticos y literatos, que discuten acerca de la autoría de las mismas; mientras unos creen que fue una especie de plagio de narraciones europeas traducidas, otros creen que sólo fue una paráfrasis, y otros, que realmente él las escribió. Pero dado que nunca puso autoría en los relatos, no se ha llegado a saber a ciencia cierta de dónde provienen. De no ser porque la autoría de muchos cuentos e historias publicadas en Miscelánea son de dudosa procedencia, podrían ser antecesores importantes en la historia de la novela hispanoamericana. Aunque, su papel como precursor de la misma sí se ha establecido. 



Aquí «Niágara», uno de sus poemas más famosos:

NIÁGARA

Monumento a Heredia en las cataratas del Niágara
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz...! Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.

Torrente prodigioso, calma, calla
Tu trueno aterrador: disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan;
Déjame contemplar tu faz serena,
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.

Al despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé: vi al Oceano,
Azotado por austro proceloso,
Combatir mi bajel, y ante mis plantas
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
En mi alma no produjo
La profunda impresión que tu grandeza.

Sereno corres, majestuoso; y luego
En ásperos peñascos quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
Como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
De la sirte rugiente
La aterradora faz? El alma mía
En vago pensamiento se confunde
Al mirar esa férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
En su vuelo seguir al borde oscuro
Del precipicio altísimo: mil olas,
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan, y se enfurecen,
Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
Y entre espuma y fragor desaparecen.

¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados:
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
Rómpese el agua: vaporosa nube
Con elástica fuerza
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno, y al éter
Luminosa pirámide levanta,
Y por sobre los montes que le cercan
Al solitario cazador espanta.

Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
Con inútil afán? ¿Por qué no miro
Alrededor de tu caverna inmensa
Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
Que en las llanuras de mi ardiente patria
Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
Y al soplo de las brisas del Océano,
Bajo un cielo purísimo se mecen?

Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
Ni otra corona que el agreste pino
A tu terrible majestad conviene.
La palma, y mirto, y delicada rosa,
Muelle placer inspiren y ocio blando
En frívolo jardín: a ti la suerte
Guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
Viene, te ve, se asombra,
El mezquino deleite menosprecia,
Y aun se siente elevar cuando te nombra.

¡Omnipotente Dios! En otros climas
Vi monstruos execrables,
Blasfemando tu nombre sacrosanto,
Sembrar error y fanatismo impío,
Los campos inundar en sangre y llanto,
De hermanos atizar la infanda guerra,
Y desolar frenéticos la tierra.

Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
En grave indignación. Por otra parte
Vi mentidos filósofos, que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
Y de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
En la sublime soledad: ahora
Entera se abre a ti; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
Y tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.

¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
Y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el Oceano?

Abrió el Señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dio su voz a tus aguas despeñadas,
Y ornó con su arco tu terrible frente.
¡Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente oscuro de los siglos
En insondable eternidad...! ¡Al hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes días,
Y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
Yace mi juventud; mi faz, marchita;
Y la profunda pena que me agita
Ruga mi frente, de dolor nublada.

Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad y mísero abandono
y lamentable desamor... ¿Podría
En edad borrascosa
Sin amor ser feliz? ¡Oh! ¡si una hermosa
Mi cariño fijase,
Y de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento
Y ardiente admiración acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
De leve palidez, y ser más bella
En su dulce terror, y sonreírse
Al sostenerla mis amantes brazos...!
¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
Sin patria, sin amores,
Sólo miro ante mí llanto y dolores!

¡Niágara poderoso!
¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
A tu débil cantor. ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
Viéndote algún viajero,
Dar un suspiro a la memoria mía!
Y al abismarse Febo en occidente,
Feliz yo vuele do el Señor me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama,
Alce en las nubes la radiosa frente.


Otras de sus obras más destacadas son: 

Poesías
A Elpino (¡Feliz, Elpino, el que jamás conoce)
A Emilia (Desde el suelo fatal de su destierro)
Adiós (Belleza de dolor, en quien pensaba)
A la estrella de Venus (Estrella de la tarde silenciosa)
A la hermosura (Dulce hermosura, de los cielos hija)
A Lola en sus días (Vuelve a mis brazos, deliciosa Lira)
A mi amante (Es media noche: vaporosa calma)
A mi esposa en sus días (¡Oh! Cuán puro y sereno)
Al Océano (¡Qué! ¡De las ondas el hervor insano)
Al Popocatépetl (Tú que de nieve eterna coronado)
Ausencias y recuerdos (¿Qué tristeza profunda, qué vacío)
Calma en el mar (El cielo está puro)
El ay de mí (¡Cuán difícil es al hombre)
En el Teocalli de Cholula (¡Cuánto es bella la tierra que habitaban)
En una tempestad, también llamada "Oda al huracán", (Huracán, huracán, venir te siento)
Himno al desterrado (¡Cuba, Cuba, que vida me diste)
Himno al Sol (En los yermos del mar, donde habitas)
La cifra (¿Aún guardas, árbol querido?)
La estación de los Nortes (Témplase ya del fatigoso estío)
La inconstancia (En aqueste pacífico retiro)
La melancolía (Hoja solitaria y mustia)
La partida (¡A Dios, amada, a Dios! llegó el momento)
La resolución (¿Nunca de blanda paz y de consuelo)
Los recelos (¿Por qué, adorada mía)
Oda a la noche (Reina la noche: con silencio grave)
Oda al cometa de 1825 (Planeta de terror, monstruo del cielo)
Sáficos (Dulce memoria de la prenda mía)
Vuelta al sur (Vuela el buque: las playas oscuras)

Sonetos
A mi querida (Ven, dulce amiga, que tu amor imploro)
Inmortalidad (Cuando en el éter fúlgido y sereno)
La desconfianza (Mira, mi bien, cuán mustia y desecada )
Para grabarse en un árbol (Árbol, que de Fileno y su adorada)
Recuerdo (Despunta apenas la rosada aurora)
Renunciando a la poesía (Fue tiempo en que la dulce poesía)
Soneto a mi esposa (Cuando en mis venas férvidas ardía)
Vanidad de las riquezas (Si la pálida muerte se aplacara)





Bibliografía

Oviedo, J. (2001). Historia de la literatura hispanoamericana 1. De los orígenes a la emancipación. Madrid: Alianza

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